miércoles, 15 de diciembre de 2010

“Sin derecho a tener historia: el mundo de la prostitución en los primeros años de República”

Por Dayana Romero Benavides.
Estudiante de 4to. Año de Lic.
en Historia,
Universidad de La Habana

Introducción

El tema de la prostitución siempre ha sido y sigue siendo algo polémico, hablar abiertamente de ello hace un par de siglos te podía llevar a prisión, y actualmente, si conversamos sobre el tema, no podemos evitar bajar la voz e incluso sonrojarnos, como si no fuese una práctica común y altamente numerosa en la sociedad.
Muchas prostitutas han jugado importantes roles en la historia de la humanidad, ¿no lo era María Magdalena? Lo fue también Madame Bobary, concubina del rey Luís XV de Francia, y tuvo gran influencia en él y en el destino de su país, solo por citar algunas. Y nuestro país no es menos.

Ligados a nuestra historia tenemos numerosos personajes relacionados con el mundo de la prostitución, ¿qué cubano no ha oído siquiera mencionar a Alberto Yarini? El más famoso chulo que ha tenido Cuba, pero que era a su vez representante y portavoz del Partido Conservador, y provenía de unas de las familias más influyentes de La Habana. Pero actualmente nos seguimos empeñando en intentar ocultar ese pasado “bochornoso”, y silenciarles a personas pasadas y presentes que desean contar una historia.

Respecto a esto no puedo evitar mencionar una anécdota reciente, de cuando estaba realizando esta investigación. En el Centro de Investigación de la Mujer (donde tienen un fondo documental y bibliográfico importantísimo, y donde su bibliotecaria es una excelente trabajadora y persona) pedí un libro acerca del Primer Congreso de Mujeres de Cuba, y la bibliotecaria me lo trajo muy dispuesta. Más tarde le pregunté si tenía algún libro o documento sobre “La Bella Chelito”, “La Macorina”, o sobre otras prostitutas. No pudo disimular el disgusto y se limitó a contestar: “Aquí no tenemos nada sobre esas personas”. Esto nos ofrece la medida de que a estas mujeres no solo se les censura su profesión, sino que también su historia.
En fin, este trabajo está dedicado a todas esas mujeres sin historia, y en honor a una leyenda.

Desde su origen, en tiempos en que las jóvenes se ofrecían a los dioses por intermedio de los sacerdotes para obtener favores divinos, la prostitución ha estado regida, directa a o indirectamente por condiciones económicas que escapan a la voluntad o al deseo de los seres humanos. Nuestro país no está exento de estas prácticas. Este es un hecho que nos ubica en que hoy el dos o el tres por ciento de las mujeres trabajadoras de todo el mundo, se dedican al oficio “más antiguo”, obligadas por el desempleo, el hambre endémica, las migraciones, las pocas posibilidades de desarrollo, la escasas o nula educación, el predominio del patriarcado, la violencia doméstica que las devalúa ante sus propios ojos, la soledad, entre otras causas.

Lamentablemente, actualmente en nuestro país, la mayoría de los jóvenes que se prostituyen (o que “jinetean”, término más “cubano”) no lo hacen lanzados por la pobreza extrema, sino que básicamente lo que los impulsa ha sido la opción de ganar, sin demasiado esfuerzo físico, lo que sustentaría sus modelos de felicidad: una moneda de alto poder adquisitivo en el bolsillo, ropas y zapatos de moda, joyas, cosméticos, comidas, artículos electrodomésticos, paseos, estancias en hoteles y playas, y en no desdeñable medida, la posibilidad de casarse con un extranjero e irse del país. Pero, ello se escapa de la temporalidad que nos concierne en este trabajo.

Viajemos en el tiempo, situémonos en la Cuba, y más específicamente, en La Habana de los primeros años del pasado siglo. En 1899 ya se había oficializado el fin de la Guerra Necesaria por nuestra independencia y que a su vez, en su última etapa, había acontecido la intervención de los Estados Unidos en la misma y su posterior ocupación militar de la Isla.

Para ese entonces las condiciones de la vida material en Cuba podían considerarse desesperadas, especialmente en áreas rurales. La destrucción o abandono de las explotaciones agrícolas, así como el éxodo y la mortalidad entre la población rural resultaban las más señaladas características del campo cubano. Los cálculos arrojan un déficit poblacional de casi 400 000 personas en los años de guerra (1895-1898), que incluyen tanto las defunciones como los dejados de nacer en tan turbulento lapso.

La población masculina había mermado considerablemente, como consecuencia de la guerra, dejando detrás numerosas viudas, solteras desamparadas sin un cabezada familia que las mantuvieses, y en una situación económica paupérrima, y viéndose obligadas en su mayoría a emigrar a la capital en busca de alguna ocupación. Eran estas mujeres, en su mayoría analfabetas, sin saber hacer nada más que los oficios del hogar, y en situación desesperada. Si realizamos la ecuación: entrada masiva de extranjeros (por la intervención norteamericana) más, viudas y jóvenes solteras desamparadas, más, pobreza extrema, más, autoridad poco rigurosa, más, surgimiento y/o aumento del juego y de ilegalidades, el resultado indudablemente nos da igual a prostitución.

Era esta Habana una amalgama de tramas y subtramas que conformaban un universo singular, pleno de corrupciones e ilegalidades. Así, podía descubrirse en el Campo de Marte (hoy Parque de la Fraternidad) que la prostitución era legal, pues las meretrices estaban oficializadas y tenían un carné que les garantizaban la tranquilidad, y las que no tenías la manipulada cartilla compartían sus fondos con los policías de la zona. En aquellas oscuridades podían encontrarse vendedores ilícitos de drogas o de cualquier cosa, y la “impureza social” se ofertaba como algo trivial.

Pero la mayoría no entraban en ese mundo porque quisieran, a casi todas lo que les daba el impulso era ver a su familia muriéndose de hambre. Entonces, cuando se decidían, salían a buscarse un chulo que les comprara ropa y zapatos y que les pusiera a trabajar en una accesoria. Claro que éstos en su mayoría eran unos abusadores y les quitaba casi todo lo que ganaban, pero no tenían como meterse en el negocio si no era así.

Aquello no era nada fácil, pues tenían que meterse en la cama y complacer a hombres de todos tipos y figuras: blancos, negros, mulatos, chinos, gallegos o de donde fueran; limpios, sucios, a veces apestando a rayos, y no solo a aguardiente y a tabaco malo. Tenían que aguantar lo que viniera, porque sino el chulo les armaba “una buena” y hasta las golpeaban. Cuando podían los dejaban por otro, pero en el fondo era lo mismo, ya que todo el mundo las explotaba, no solo el chulo de turno, sino que hasta los médicos les sacaban un par de pesos cada vez que podían, sin contar a los policías, tan malos como los chulos.

La policía se lanzaba contra ellas por etapas. La acusación era siempre la misma: ofensa a la moral o por alteración del orden y escándalo en la vía pública. Nunca las acusaban de prostitutas. La ley no contemplaba el ejercicio de ese oficio como un delito; por tanto, no podían atacarlas por ahí. Si no les pagaban al policía de posta medio peso o una cajetilla de cigarros americanos, las llevaban presas. Los sábados, como era día de más movimiento en el negocio, tenían que pagar un peso.

Las formas de cazar a un “marchante” –posible cliente- no eran siempre iguales. En el bar, podían primero invitarlas a un trago, aunque también solían decirles simplemente: “Vamos a pasar un rato”. Les podían hacer una seña o mandar al cantinero que les sirviera una cerveza, o el recado para que la prostituta se le acercara. Otros no eran tan decididos, y ellas tenían que recurrir a las mejores sonrisas y decirles: “¿Me invitas a un trago? ¿Quieres pasar un rato bueno?”.
No era raro echar una partida de cubilete antes del encuentro. En las casas, sobre todo en la época en que había tela metálica en las ventanas y apenas se reconocían a las que estaban detrás, solían llamar la atención diciéndoles a los hombres toda clase de frases provocativas y sugerentes. Las “fleteras” (que andaban por las calles) también usaban frases parecidas; a veces atraían a los clientes mediante señas.

Este sistema se empleaba, de modo particular, cuando ellas se aventuraban por calles que no eran habituales para el negocio, o sea, que no estaban incluidas en zonas de tolerancia. Entonces guiñaban un ojo, o hacían un leve gesto con la cabeza, el puño cerrado o la lengua. También se insinuaban con preguntas o palabras de doble sentido. Otras, desde media cuadra de distancia, venían diciendo lo que eran, no sólo por el vestir descuidado y apretado en forma excesiva, sino porque llamaban en alta voz.

La entrada de franceses al país se incrementó en la época, convirtiéndose éstos en los chulos de más poder. Se les conocía como souteneurs o apaches, y con ellos trajeron a muchas francesas como mercancía para sus negocios. Eran estas francesas muy gustadas y preferidas por muchos, no solo por la palidez característica de su piel, ni por estar mejor vestidas y perfumadas, sino también por prácticas y técnicas más atrevidas que empleaban que a la mayoría de las cubanas les aborrecía.
En aquellas “sórdidas covachas” ocurría lo inconcebible en lo que a sexo se refiere, incluyendo perritos amaestrados utilizados por las fogueadas prostitutas francesas. Llegaba el hombre, y la mujer inquiría, a veces con palabras (“con perrito o sin perrito”), otras con habilidades conocidas de sobra, lo deseado: la forma habitual de cohabitación era la menos disfrutada, pues la mayoría de los asiduos preferían la novedad del sexo oral, que no se aventuraban a solicitar a las esposas. Así las francesas incorporaron además el sexo anal, desdeñado en las parejas matrimoniales por inmoral, pero que como innovación significaba un atractivo extraordinario para sus clientes. Las cubanas, durante un buen tiempo, no se ocupaban de esos juegos sexuales y se escandalizaban y escandalizaban a más no poder, agredían al hombre palangana en mano, mientras le gritaban que esa gimnasia podían irla a disfrutar con sus progenitoras.

Era en esa época la barriada de San Isidro la más popular zona de tolerancia. Era una trama de “inmundicias” y delincuencias, eran esas las “calles del vicio”, de todos los vicios. Por las calles Paula, San Isidro, Cuba, Habana, Compostela, Desamparados, etc.; las meretrices esperaban a sus clientes dentro de las accesorias y los hombres caminaban por la acera en busca de la preferida . La fama del barrio trascendían las fronteras del país, llegando a ser conocido en España, Francia y Estados Unidos.

Pero cuando se dice San Isidro, hay que hablar de Alberto Yarini. Con sombrero de castor carmelita oscuro y saco de dril blanco, pantalón a rayas, manejando con cuidados de orfebre el nuevo lazo en la corbata. Seleccionaba el color del chaleco, la leotina de oro, el pasador, el cinto, los zapatos, los mejores zapatos de glasé, los franceses de color avellana. Estudiaba con cuidado, a veces durante horas, su melena recortada, partida exquisitamente a la izquierda y con un mechón de pelo encrespado sobre la frente. Atrevido y soez como las caras esencias con que se perfumaba, hacía alarde de un arte especial para rendir a las mujeres y una mano muy dura para controlarles el dinero.

Hijo de Cirilo José Aniceto Yarini Ponce de León y de Juana Emilia Ponce de León, vio la luz Alberto Yarini Ponce de León, en 1882, quien, a pesar de su corta vida, se convertiría en una leyenda . Cuentan de él, quienes lo conocieron que fue un gran hombre, de los buenos, y muy buen amigo, de los que ayudan cuando más se les necesite, sin condición de ninguna clase, sin nada a cambio, a pesar de que era político, conservador. Él lo mismo hablaba con un negro, que con un chino, con cualquiera. Él era un rey. Y fue su reino de meretrices, de jugadores, chulos, ladrones; de criminales, estafadores, aduladores, vagos, matones. Fue su imperio de gente pobre: de carpinteros y estibadores, de albañiles y bodegueros, de marineros y panaderos, de lavanderas, cocineras y policías.

Este guayabito de apellidos célebres, el de palabra fácil, persuasiva, se convirtió de un solo paso en Presidente del Comité Conservador de San Isidro, con fuerza política en toda la zona de Belén. En su reino, Yarini se regodeaba por las calles saludando con gestos de caballero intachable, regalando monedas a los chiquillos y dando palmadas a los que lo adulaban y exaltaban, como a él degustaba. Era un hombre que debía cuidarse, porque sus rivales, los apaches foráneos, sabían ser implacables. El traficante de mujeres Louis Letot, Jean Petitjean, Ernest Laviere Paris, Quoerrier, Benedetti, Finet, entre otros, quienes andaban por el barrio con trajes de casimir, eran adversarios suspicaces y celosos del negocio, pero Yarini no tenía guardaespaldas.

Hacía tiempo que los problemas entre los chulos cubanos y los franceses se iban complicando cada vez más. No era que entre las prostitutas cubanas se estuviera despertando un sentimiento de nacionalismo, ni en especial un gusto por los cubanos en las francesas. Ya habían ocurrido broncas y navajazos entre ambos bandos. Era una guerra no muy silenciosa, que marchaba hacia líos mayores. Los franceses habían mantenido el control total de la trata de blancas. Cada cierto tiempo un francés viajaba a Francia en busca de mercancía fresca. Todo esto se hacía con la aprobación de las autoridades.

Sobre la muerte de Yarini se ha hablado más de lo que en verdad se ha escrito. Cada cual da su interpretación; se hace eco de los rumores que han llegado hasta nosotros. Se dice que se ha querido ver más de dos cosas en el asesinato, cuando en realidad todo se reduce a una fórmula muy simple: a Yarini lo mataron porque le quitó una mujer a un chulo francés. Pero, probablemente, ahí debió de haber otras razones. Cuando Letot (principal enemigo y rival del “guayabito”) regresó de Francia y se enteró de que Bertha Fontaine (conocida como la “Petit Bertha”, se dice que fue la más hermosa mujer de San Isidro) se le había ido con Yarini, declaró que había venido a Cuba a explotar mujeres, no a morir por ellas.

Letot era un hombre hábil, no se le podía pasar por alto que Yarini era el presidente de de los conservadores en el barrio. Pero los demás chulos franceses hicieron mucha presión para que Letot se enfrentara con Yarini. El 21 de noviembre de 1910, Alberto Yarini se levantó más temprano que de costumbre y fue al velorio de la madre de Domingo J. Valladares, Presidente del Comité Conservador del Barrio de Marte. Al regresar almorzó con sus mujeres, Celia, Elena y la Petit Bertha y durmió una pequeña siesta. Más tarde se dirigía hacia sus accesorias, ubicadas en Compostela y Habana. Al pasar Compostela se le une José Basterrechea (más conocido como Pepito, su más fiel e íntimo amigo ) y ambos cruzaron la calle y fueron a la accesoria número 59. Luego entraron en la 60, donde se encontraba Elena Morales, ambos entraron con ella y conversaron un momento. Ella se dirigió a la puerta, para ver qué pasaba en la calle, ya que se escuchaba un revuelo. Yarini salió detrás de ella, cuando vieron que Letot estaba de pie frente al acceso principal de la casa, por lo que la meretriz volvió a entrar rápidamente. Al ver a Yarini, y sin pronunciar ni una palabra ni darle tiempo a nada, el francés comenzó a disparar, a la vez que una lluvia de balas caía desde la acera de enfrente y de los tejados y azoteas, en los que se habían apostado otros ocho extranjeros. Yarini sacó su revólver, pero no le dio tiempo a usarlo. Detrás de él venía Pepito Basterrechea, con un revólver en la mano. Basterrechea, al darse cuenta de que agredían al amigo, hizo varios disparos sobre Letot, uno de los cuales hirió mortalmente al francés en el centro de la frente. Letot murió al instante, Yarini el día 22 a las diez y media de la noche en el hospital, no sin antes firmar una nota en la que se declaraba culpable de la muerte de Letot, y defendía la inocencia de Basterrechea. Fue ese uno de los entierros más concurridos de nuestra historia, en la que participaron, según se dice, decenas de miles de personas, de todas las clases, razas y posiciones .
Contra la prostitución se pronunciaron los medios de comunicación en innumerables ocasiones, de vez en vez un periodista la emprendía con las prostitutas, rehacían denuncias públicas, e incluso se decía por unos días que se iban a cerrar los barrios de tolerancia.

Pero una de las más reconocidas personalidades que se pronunciaron contra la prostitución fue Hortensia Lamar. Fue ella una de las más destacadas oradoras durante el Primer Congreso Nacional de Mujeres realizado en La Habana en 1923, quien fue como presidenta y representante del Club Femenino. A continuación citaré unos fragmentos de su discurso:

“(…) Sería prolijo un estudio o relación detallada de las causas determinantes y mantenedoras de la prostitución universal, hechos ya por distinguidos sociólogos. Solo mencionaré a grandes rasgos las más poderosas constantes; ellas son: la sórdida miseria de los parias de la sociedad que viven hacinados en horribles tugurios en los barrios bajos de las ciudades populosas, contaminándose unos a otros, y legando con la inconsciencia de bruto, en la bestialidad del instinto sin freno y sin alma, la modesta predisposición al vicio. Esa infancia con lacras hereditarias, crece y se desarrolla en un medio en que la bajeza, la grosería y la obscenidad son las normas de la vida. (…)
(…) Las mujeres que nos interesamos en la defensa del hogar, de la institución de la familia y en la salud y normal desarrollo de la raza, pedimos: como medida de profilaxis social, la clausura de todos los burdeles; pena de prisión de todo el que ejerza la prostitución, mujer u hombre, que tanta culpa tiene la que vende su cuerpo como el que lo compra; prisión correccional, que tenga tanto de clínica, como de escuela, en el campo, en contacto con la Naturaleza, tanto la de hombres como la de mujeres. Pedimos la clausura de las llamadas Academias o escuelitas de baile, que no son otra cosa que escuelas de corrupción de menores. Pedimos pena de prisión correccional para los padres que permitan a sus hijos frecuentar esas escuelas de vicio. Legislación penal para los traficantes de drogas heroicas y para los traficantes y explotadores de mujeres, en el asqueroso comercio. Estos son dos comercios que van íntimamente ligados. (…)
(…) Aquí también existe ese tráfico horrible, esa compra-venta de seres humanos, la criminal, repugnante trata de blancas con infelices e indefensas extranjeras traídas como mercancía, por lo cual se ha pagado en el lugar de origen el precio convenido al agente, y que luego aquí va subiendo de valor, según la calidad y la demanda que haya, y a veces sacada a subasta, después de la cual queda en poder del traficante que ha de explotarla, obteniendo todas las ganancias que su asqueroso comercio traiga del vicio. (…) El Club Femenino de Cuba, integrado por mujeres que han sentido una dulce e infinita compasión por esas pobres hermanas víctimas de la última y más abyecta de las esclavitudes; mujeres que tienen el firme propósito de continuar trabajando por el mejoramiento de la humanidad, empezando por la propia patria, han acordado fundar bajo los auspicios de la Institución referida una Liga contra la trata de blancas, de la prostitución y corrupción de menores. Con este fin haremos en breve un llamamiento a todas las clases sociales. (…)” (MEMORIAS, 1924)

Era esta, a grandes rasgos, la intervención de Hortensia Lamar. Fue este un discurso valiente y bastante osado para la época, pero que representa unas ideas bien claras.
Sin más, espero haber cubierto las expectativas. La prostitución es un oficio que, en mi opinión no dejará de existir, quizá desaparezca cuando el ser humano deje de mostrar interés por el sexo, lo cual imagino que estará ligado con el fin de la humanidad.

Bibliografía

CAÑIZARES, Dulcila. San Isidro 1910: Alberto Yarini y su época. La Habana: Ed. Letras Cubanas, 2000
ELIZALDE, Rosa M. Flores desechables: ¿prostitución en Cuba? La Habana: Ed. Abril, 1996
Facetas de la vida de Cuba Republicana. La Habana: Oficina del Historiador de la Ciudad, 1954
FERNÁNDEZ R., Tomás. Historias de mujeres públicas. La Habana: Ed. Letras Cubanas, 1998
Memoria del Primer Congreso Nacional de Mujeres. La Habana: Imprenta La Universal, 1924
ROIG de L., Emilio. Males y vicios de Cuba Republicana. La Habana: Ed. Oficina del Historiador, 1961

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